Cómo cuidar la albahaca para que crezca sana y fuerte en casa
Cultivar albahaca no es complicado, pero sí exige constancia.
Cultivar albahaca en casa es toda una experiencia. Esta planta es conocida por su aroma y también por su sabor, pero lograr que crezca bien requiere atención a varios detalles. El primer paso es elegir el momento adecuado. Responde mejor si se siembra a finales del invierno o en los primeros días de la primavera. Si se hace antes o después, es probable que no se desarrolle.
La albahaca no es eterna. Tiene un ciclo marcado por el clima. Cuando llega el otoño y las temperaturas bajan, comienza a secarse y su final es un hecho. Es importante saber que no se trata de un error del cultivo. Es simplemente su naturaleza. Nace, crece, florece, y al final desaparece para dejar espacio a una nueva generación.

Uno de los elementos que más influye en su crecimiento es la luz. Esta planta necesita muchas horas de exposición diaria. Si se encuentra en sombra constante, las hojas pierden fuerza y el crecimiento se detiene. También puede adaptarse a interiores, siempre que haya una fuente constante de luz natural. Las ventanas orientadas al este o al sur funcionan mejor.
En zonas con climas muy calurosos, lo ideal es que reciba luz sin exposición directa durante las horas más intensas. De lo contrario, las hojas pueden dañarse con rapidez. El viento y el frío representan dos amenazas claras. La albahaca es frágil ante las corrientes de aire. Si se deja en un lugar expuesto, es probable que las hojas se rompan o que el tallo se debilite.

Las heladas son letales. Basta una sola noche muy fría para acabar con toda la planta. Por eso, si se cultiva en una zona con inviernos duros, conviene resguardarla cuando llega el cambio de estación. El tipo de tierra que se utilice también hace una gran diferencia. Esta planta crece mejor en suelos con abundante materia orgánica. El humus es una buena base para ella.
El sustrato debe estar húmedo, pero nunca encharcado. El exceso de agua daña las raíces, y eso se traduce en hojas amarillentas o caída repentina. En verano, cuando el sol es más fuerte, se puede regar hasta dos veces al día. En estaciones más frescas, con una vez es suficiente. Siempre hay que observar la tierra antes de tomar la regadera.

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